sábado, 3 de mayo de 2008


El 19 de julio de 1924, Tobas y Mocovies realizaron la primera huelga de peones rurales aborígenes del entonces Territorio Nacional del Chaco: se negaron a cosechar el algodón por las condiciones en las que vivían y la falta de pago. Como reacción a esto, el Estado aplastó la huelga, masacrando a 200 aborígenes (mujeres, hombres, ancianos, niños ...)

Fragmentos de una entrevista realizada por Pedro Jorge Solans a Melitona Enrique, una sobreviviente que con 23 años logró escapar con su madre y un tío de la masacre.

Melitona Enrique en su lengua qom recordó, cómo eran sus días en los tiem­pos donde la industria textil inglesa veía a la llanura chaqueña como fuente primordial de su materia prima: El algodón.

"En época de cosecha nos levantábamos cuando el sol aún no estaba. En procesión caminábamos hacia el algodonal, íbamos todos: Abuelos, padres e hijos. Parecíamos parte ya de las plantaciones. Estábamos todo el día.".

(...)
La jornada de cosecha empezaba en los surcos y las caminatas no se detení­an. Iban y venían con las bolsas que se llenaban para empezar otras; y así, hasta el mediodía, cuando unos fideos en guiso flaco o una sopa de caracú mataban el ayuno. Se comía rápido para volver a la cosecha. El algodonal se mostraba inmutable y no ofrecía compasión hasta que el atardecer los salva­ba del agotamiento. En fila, bastante desorganizada, se volvía a las casas. A veces, un mate cosido era el manjar de la noche. A veces, una galleta. A ve­ces nada. Y después a dormir, para volver a empezar...

Hasta que la injusticia se hizo insoportable: Pagos en vales, descuentos arbi­trarios, prohibiciones para salir de la Provincia, prohibiciones para cazar y hasta detenciones provocadas para justificar más saqueos. Todo sumó para que los caciques y los chamanes llamasen a las tribus a no cosechar más. Entonces se concentraron en sus tolderías para volver a su vida nómada. A ca­zar y recolectar frutos para comer cuando las tropas del gobernador Centeno quiso dar un escarmiento a la poblaciones de nativos. Más de un centenar de policías y gendarmes asaltó a balazos, con ayuda de un aeroplano, las indefensas tolderías de Napalpí.

Napalpí no fue una matanza aislada. Era una práctica recu­rrente del poder político alentado por los terratenientes que usaron la mano de obra policial o militar para quedarse con tierras y privar a los nativos de sus costumbres ancestrales con el fin de incluirles como fuerza laboral barata o, en su defec­to, gratuita, al sistema de producción capitalista.

¿Melitona cómo se escapó de la masacre?

- Era una mañana muy temprano. Sábado creo. Hubo una fiesta la noche anterior. Estábamos en las tolderías cuando desde un aparato que volaba empezaron a bombardear. Y de repente, llegaron a caballo y corriendo a los tiros. El aparato seguía dando vuelta por el cielo. Salimos a ver y cuando nos dimos cuenta que nos querían matar, mi madre, un tío y yo salimos corriendo para el monte junto a otras familias. Yo me caí y mi tío me arrastró un largo trecho entre los pastizales y las espi­nas me dejaron casi desnuda y toda raspada. Pasamos dos días escondidos sin comida y sin agua hasta que mi tío encontró a otro aborigen que nos llevó hasta El Aguará, donde había una casa donde el cacique Macha (Juan Machado) -quien también pudo escaparse- refugiaba a los que escaparon. Después nos protegió un tal Segundo.

¿Se escaparon muchos?

- Sí; muchos se fueron para el monte. Pero nos persiguieron y a varios que estaban heridos, escondidos, cuando los encontra­ban los mataban. Los cadáveres quedaban tirados y nos dába­mos cuenta cuando revoloteaban los cuervos y las aves de ra­piñas. Otros, como un primo mío, que le decíamos Arangué, se volvió loco y se lastimaba pegando cabezazos a los árboles. El griterío, las corridas, el dolor, los tiros y las muecas de los policiales embravecidos impresionaba. Arangué vio como de­gollaban a su madre y sus hermanos.

¿Sabe por qué le hicieron eso. Por qué los vinieron a matar?

- No sé muy bien. Pienso que no había motivos. Nosotros no te­níamos culpa de nada, Habíamos estado de fiesta porque pare­cía que se arreglaba con los administradores de la Reducción donde nosotros cosechábamos... Y vinieron a bombardear.

Pasaron varios años y, en una oportunidad, yo le pregunté a quien fue mi esposo, Dalmacio Irigoyen, y según él se amon­tonaron para reclamar porque el pago era muy poco en el obraje. No le pagaban nada el poste, la leña; y en la campaña de la cosecha del algodón no le pagaban con dinero y le hací­an mucho descuentos. Le pagaban con mercadería y había que hacer olla grande. Por eso, se reunieron y le reclamaron a los administradores, a los patrones, y se enojaron.

¿Sabe por qué le hicieron eso. Por qué los vinieron a matar?

- No sé muy bien. Pienso que no había motivos. Nosotros no te­níamos culpa de nada, Habíamos estado de fiesta porque pare­cía que se arreglaba con los administradores de la Reducción donde nosotros cosechábamos... Y vinieron a bombardear.

Pasaron varios años y, en una oportunidad, yo le pregunté a quien fue mi esposo, Dalmacio Irigoyen, y según él se amon­tonaron para reclamar porque el pago era muy poco en el obraje. No le pagaban nada el poste, la leña; y en la campaña de la cosecha del algodón no le pagaban con dinero y le hací­an mucho descuentos. Le pagaban con mercadería y había que hacer olla grande. Por eso, se reunieron y le reclamaron a los administradores, a los patrones, y se enojaron.

¿Los aborígenes tiraron. Se defendieron?

- Nuestros hombres no tenían armas de fuego. Sólo machete, pero igual nos bombardearon. Éramos cerca de mil aborígenes y mu­rieron varones, mujeres, viejos, viejas, niños; la mayoría niños...
La masacre se produjo en Nápalpí y después el lugar se llamó la Matanza. Nápalpí, en lengua qom, significa "muchos muertos"

¿Hubo malones?

- No nunca hubo malones. Nos querían sacar las tierras. Eliminar a todos los aborígenes y meter gente criolla, gringos...

Así decían nuestros caciques.

Yo conocí a los caciques Macha (Juan Machado) y Llishaxaic (Dionisio Gómez), que juntos-al mocoví Yachazanaxuaik (Pedro Maidana) lideraron la huelga. Al mocoví le cortaron el cuerpo y las orejas eran mostradas a los colonos como trofeo.

¿Vinieron policías o representantes del gobierno a inti­marlos, a pedirles que vuelvan a cosechar?

- No; ninguno. Nadie vino avisar nada, menos que estaban por combatir.

¿Presentían que los policías iban a atacar?

- No. Mucha gente estaba durmiendo esa mañana; o sea, que nosotros seguíamos esperando la promesa que habían hecho el administrador y el capataz. Nos iban a dar más beneficios.

¿Después de todo lo qué pasó, por qué se callaron. Nunca hablaron?

Nadie averiguó nada por miedo. No se quiso reclamar ni de­nunciar porque teníamos miedo a que nos matasen. Napalpí, la policía, los gendarmes nos siguen dando miedo. En nos­otros quedó una gran desconfianza. Muchos se fueron a otros lugares. Hay aborígenes que llegaron hasta Buenos Aires.

¿Cómo está su salud ahora?

Cumplí 106 años el pasado 16 de enero. Las piernas casi no me responden, parece que tengo reumatismo. Cuando el día está lindo, mis hijos, me llevan afuera para que camine un po­co y para que vea el campo.

¿En qué estado está su demanda?

El cielorraso de la casa es una frazada para frenar los rayos abrasadores del sol.
Esperemos que nos paguen pronto, porque necesito, por lo menos, para una casita como la gente. Tengo doce hijos y quiero que, aunque sea ellos, se beneficien con la indemniza­ción por la masacre. Ellos quieren trabajar en agricultura co­mo aborígenes. No somos malos. Los blancos nos quieren eli­minar; y no sé por qué, sí todos somos iguales.